Sidi Ifni, paraíso de los amantes del 'surf' y de la calma By TOMAS BARBULO El País 22 January 2006 (c) Copyright 2006, El Nuevo Herald. All Rights Reserved. A l sur del río Sus, que los clásicos africanistas consideraban el límite del mundo civilizado, se halla la antigua provincia española de Ifni. En los años sesenta del siglo pasado, su capital, Sidi Ifni, era conocida como ''la ciudad de las flores''. Pero tras su devolución a Marruecos, en 1969, se empobreció y entró en un largo sueño, del que ahora comienza a despertar. Los cada vez más numerosos viajeros que recorren en coche los 150 kilómetros que separan la turística Agadir de la olvidada Sidi Ifni deben ir con cuidado para no atropellar las tortugas que cruzan la carretera. Los quelonios, del tamaño de dos puños y de color beige , son una de las muchas sorpresas que les esperan. La ciudad se halla rodeada de espesos bosques de arganes repletos de ardillas, montes de tierra roja cubiertos de chumberas verde esmeralda, cactus en cuyas diminutas flores liban las abejas que luego elaboran una sabrosa miel y altas palmeras cuajadas de dátiles. Zorros, conejos, mariposas, saltamontes, mantis religiosas, insectos palo, cigarras, grillos y también --¡ojo!-- víboras y alacranes habitan este paraíso luminoso y voraz, cuyas temperaturas oscilan entre los 10 y los 35 grados centígrados. En ese escenario libró España su última guerra colonial. Entre 1957 y 1958, guerrilleros independentistas marroquíes expulsaron a los españoles de los pueblos del interior y les obligaron a refugiarse tras las posiciones defensivas de la capital. A manos de Marruecos pasaron Telata de Isbuia, Sidi Borya, Tiliuin..., que hoy son excursiones obligadas para el viajero. Curiosamente, fue tras esa derrota cuando comenzaron los once años dorados de Sidi Ifni. Asomada sobre una playa que la bajamar transforma en un kilométrico paseo, la vieja ciudad contempla a los nuevos visitantes. Las olas encrespadas que antes espantaban a los bañistas atraen ahora a los amantes del surf --allí se han celebrado los últimos campeonatos de Marruecos-- y de los deportes de riesgo. En los campamentos situados al borde del mar, los vehículos todoterreno de los jóvenes deportistas se alinean junto a las autocaravanas de centenares de turistas franceses, británicos, alemanes y españoles que huyen de la masificación de los grandes centros de ocio. En Lagzira, a 10 kilómetros de la ciudad, los embates del mar han horadado los montes que descienden hasta el agua, formando enormes galerías que comunican unas playas con otras. Las paredes exteriores de esas grutas de tierra roja y piedras apelmazadas forman fantásticos arcos que se adentran en el mar como las patas de un dinosaurio. Firmemente asentadas en el fondo, al atardecer parecen contrafuertes que sostuvieran el continente africano. El paisaje experimenta cambios sorprendentes. A 300 metros de la orilla, las olas se estrellan violentamente contra un gran arrecife. Pero tan pronto baja la marea, los terroríficos farallones se transforman en un lugar amable al que los turistas pueden acercarse a pie. Cada día, entre las siete y las diez de la mañana, los pescadores que habitan en las cuevas de los acantilados acuden allí para vender sus capturas: congrios, meros, lubinas, centollos, mejillones y caracolas tan grandes como balones de fútbol... Sidi Ifni es todavía un paraíso al margen de las multitudinarias rutas turísticas debido a su escasa infraestructura hotelera. No obstante, esta ventaja es, al mismo tiempo, el principal problema de los visitantes. En la ciudad hay dos pequeños hoteles: el Bellevue, cuya soberbia vista sobre el mar contrasta con su deficiente servicio, y el Suerte Loca, fundado en los años treinta del siglo pasado y que ofrece un emplazamiento a pie de playa. Ambos son baratos: menos de $18 la habitación doble. En la playa de Lagzira hay tres establecimientos más: el Lagzira, el Miramar y el Sable d'Or, que cuestan aún menos. A ellos hay que añadir unos pocos bloques de apartamentos en alquiler. Document ELNU000020060122e21m0002q |